miércoles, 20 de agosto de 2008

Blanca

Blanca pertenecía a una pequeña comunidad indígena de la sierra cuyo nombre solo puede pronunciarse en quichua. Era la menor de 9 hermanos, once si contamos los que murieron en manos de la partera. Vivía en una casa de adobe y paja, y dormía en esteras compartidas. El patio y el interior de su casa parecían un solo ambiente de tierra y los cerdos que entraban y salían, eran sus mascotas y su alimento.
Cada mañana caminaba un largo tramo silbando alguna tecno cumbia pegajosa hasta llegar al acueducto que iba a las haciendas y que habían roto para poder abastecerse de agua. Al regresar cargando valdes llenos, no podía dejar de ver las casitas que tenían teja o más allá esas que parecían mansiones europeas propiedad de los migrantes del pueblo. También veía unos carrasos, como decía su papá, que le pasaban por a lado. Se remordía por ser ella la que vive en el campo y no la que viene de visita desde Murcia o desde la capital, al menos.
Un día de esos, cuando el calor azotaba, ella venía caminando con sus mejillas coloradas y secándose el sudor con la mano que tenía libre. Soñó con comprarse un refresco en una tienda del camino pero recordó que era tan pobre que no le avanzaba ni un bolo. Se enfureció y empezó a beber a sorbos del agua del balde. Deseo tener plata, musitó. De repente, sintió como que se tragaba algo solido que le empezó a atravesar la garganta, rápidamente escupió y vi una tirita dorada que se parecía a los mullos que usaba en el cuello, la puso al sol y notó que tenía un brillo enceguecedor y que se veía costoso.
Corrió con la cadena sinuosos caminos hasta que se veía venir la noche sin luna, y llegó a la casa de un viejo conocido por charlatán y usurero. Se sabía que ahí se empañaba hasta el alma. La pequeña se saco el sombrero y le mostró la joya. El viejo se sonrió y dejo ver su diente de oro, el único que tenía. Entró a la casa y enseguida sacó un billete arrugado y se lo entregó a la criatura. Ella lo besó y se santiguó.
Regresó a su casa muy tarde ese día. Enterró el billete en una pared y se fue a dormir. Al día siguiente no quiso ir a traer agua ni cuidar los animales ni sembrar nada. Al fin y al cabo ya tenía plata y no tenía por qué hacerlo. Las próximas semanas fueron peores. Sabía que era ociosa pero eso hacen los ricos pensaba. Recibía las palizas de su papá casi con agrado pensando en su tesoro enterrado.
Pasó el tiempo y Blanca solo había cosechado antipatía en su familia y comunidad pero ya era mayor de edad y decidió irse de la casa. Esperó a que anochezca y se escapó. Paró al primer bus que pasaba.Ya se veía en un buen carro con el pelo rubio y sin nunca pasar sed ni hambre. Le extendió el billete al cobrador pero él le respondió, “Con esto no te avanza mamita, ya no existe el sucre”. Ella se echó a llorar y tuvo que regresar a su casa y a su vida rural.

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