viernes, 3 de octubre de 2008

La cita

Hace semanas que espera por esta cita. Tiene pensado todo, lo que debe callar, las pausas que debe hacer y los chistes espontáneos. Esta vez quiere una respuesta acertada, ya le fallaron demasiadas veces en el pasado. No puede llegar tarde. Acelera a fondo. El semáforo pierde sentido, y la velocidad es la batuta del ruido. Su camino va apareciendo, toma forma entre los arbustos que soplan y susurran palabras. Su mano siente la consistencia del aire como un peso del tiempo. Se acaban las voces fingidas de la radio que venden mundos inexistentes, es un alivio que no se esperaba. Con la siguiente canción, sujeta fuerte el volante, extasiado se vuelve uno con su cómplice motorizado. Al llegar, lo miran de reojo y no le responden el saludo. Entonces, alguien le dice con voz de una grabación aprendida y desgastada que debe esperar un poco. No fue necesario subir corriendo las escaleras. Para cuando cuenta por milésima vez las ranuras del piso lo hacen entrar. Va presuroso. Se sienta y sus palabras brotan a raudales, tirando por la ventana todo lo que había planeado. Se escucha a sí mismo por demasiado tiempo mientras el receptor con su mente en el Caribe pregunta: ¿edad? ¿Talla? ¿Peso? ¿Alergias? Y escribe una receta como firmando un anticipo para su viaje. Tome eso y se va a sentir mejor ¿Cómo se supone que deba interpretarlo?, le han dado la cura pero no le explicaron de qué. Cuando regresa decide no probar más, arroja la receta y se despide de ella por el retrovisor, mientras reaparece el derredor estrepitoso que había olvidado en su realidad etérea e incoherente. Se siente igual de especial que un email reciclado, igual que un te quiero en sentido estrictamente literal y concluye que en lo que se refiere a citas, médicas, pero citas al fin, sigue siendo idealista y anticuado.

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